Jorge Enrique Quispe Orellana
Todos deberíamos estar festejando a nuestra Cochabamba, mostrando el amor por la ciudad que nos representa, a través de distintas tradiciones que nos caracterizan, como el desfile cívico. Sin embargo, estamos muchos pendientes de otro evento. Para algunos, este día de civismo y patriotismo se convirtió en un hecho inédito. Es 14 de septiembre de 2017 y todos hablan de un partido de fútbol. Lo crean o no. Este evento se lleva la mirada de todos: hinchas, como también los que no siguen el juego local. Pues más que una manifestación regional, se convirtió en una expresión de nacionalidad. El fútbol, es una de las máximas expresiones de escapismo, pero también significa un reencuentro con nuestro sentido de hermandad. Es un evento por la igualdad y la semejanza. Ese día todos eramos un un sólo color, todos eramos una ideología, todos eramos Wilstermann.
Entre la marejada de hinchas, estoy yo, un estudiante de Comunicación. Soy una de las personas que está esperando este partido desde que se enamoró de estos colores. Tal vez uno de los que más tiempo compartió este sentimiento. Vio nacer junto al Rojo momentos inolvidables, así como otros dolorosos. Pero, sobre todo, nunca abandoné la pasión que me heredó mi padre, quien cuando tenía 5 años me dejó una frase: “Tu sangre es roja y tu corazón es Wilstermann.” A esa edad no tienes conciencia de esas palabras, pero a mis 22 años, comprendí todo lo que mi padre me regalaba en esa oración. Es el día del partido y tengo motivos para sentirme más vivo que nunca.
En este día hermoso, con un ambiente perfecto que sólo Cochabamba te lo da, me muestro muy entusiasmado, tengo todo lo que necesito para este día, mientras me dirijo para una cobertura de prensa al estadio con un compañero de clase. Todo parece salir perfecto, veo a la gente muy ilusionada, todos con los colores rojo y azul. Veo gente desconocida, prensa de todo el país entrevistando a distintos hinchas y termino siendo entrevistado por la cadena televisiva Unitel. Me pregunta acerca de mi expectativa sobre el partido, estaba con nervios porque saldría a nivel nacional, intento mostrarme conocedor del fútbol, tartamudeo y respondo lógicamente. Para mí éste es un momento especial, estoy mostrando mi pasión a toda Bolivia. Aunque algo inesperado, fue una experiencia hermosa por el hecho de que era el comienzo de mi día soñado.
Pasada esa entrevista, me dirijí a mi casa, son las 12:00 pm, mi madre me llama para el almuerzo. Me siento a la mesa con la mirada perdida, tratando que pase rápido la hora para ir al estadio nuevamente. Terminamos de comer y me despedí de mi familia, con una alegría que asombra a mi madre, pensando en lo que el fútbol genera en mí. Llegué nuevamente al estadio, esta vez con un amigo de años, teníamos la idea de generar material para nuestra página de periodismo, así que llegamos temprano. Los controles en las puertas están muy fuertes, comenzamos a revender nuestras entradas. Acá en Bolivia es natural que en estos eventos existan revendedores, así que pasamos desapercibidos. Logramos recuperar el dinero y tal era mi alegría que inmediatamente lo invertí en una polera de Wilstermann. Hasta ahora todo estaba saliendo bien, tratamos de entrar nuevamente al estadio, con tan mala suerte que el control policial nos frenó porque ya no teníamos las entradas. Esto nos desesperó pero lo único que quedaba era esperar y terminó siendo lo mejor que nos pudo pasar, pues ahí fuimos testigos de la verdadera pasión del fútbol.
Llegado el atardecer, vimos a familias, amigos, a todo el mundo, con una sonrisa en la cara que te llenaba el alma. Era un momento único para todos, ellos lo veían como una fiesta, todos saltaban, cantaban, convivían en paz. Increíble que esto lo genere el fútbol. A la gente cochala le gusta comer bien, se acercaban a las caceritas, que con su tradicional “que te voy a servir papito”, te invitaban a comer en sus puestos. Nosotros, como estábamos esperando a ese amigo que nos prometió entrar con él, también comimos donde estas caceritas y como decirles que no, si te tratan como a un rey.
Ya se acercaba la hora del partido, había oscurecido, nosotros esperábamos angustiados porque toda la gente ya había entrado. Al final llegó una vagoneta negra, era nuestro amigo con su padre, el gobernador de Cochabamba. Con una simpleza y amabilidad nos invitó a entrar al auto, así que nos dirigimos al ingreso del estadio. Entramos por una puerta trasera para no hacer mucho escándalo, pero fue imposible ya que al estar con el gobernador las miradas se posaron sobre nosotros. Llegaron los periodistas, los hinchas, todo el mundo, y lo único que hicimos era dirigirnos al palco del estadio. Tuvimos todas las comodidades, pero más allá de eso, lo que más me impresionó fue la postal hermosa de un estadio lleno, vestido de rojo y azul. El grito de la gente era a un solo pulmón: “Dale rojo y dale, dale rojo”. La piel se me erizó y me acoplé a ese grito con todas las fuerzas que tenía.
Ya estaba todo dispuesto para presenciar este encuentro, vi salir a los equipos y, de pronto, volví al momento en el que era niño y asistía por primera vez a un partido de Wilstermann. No podía creer todo lo que había pasado desde entonces. Melancólico, a punto de lagrimear, me concentré en ver el partido. Comenzó y perdí la noción del tiempo, para mí pasaba rápido, no escuchaba a nadie, solo me concentraba en el balón. En mi cuerpo sentía mil cosas, era como una explosión de sentimientos, no sabía cómo manejarlo. Hacía poco tiempo que había comenzado el partido, Wilstermann tenía un córner a favor, todos expectantes, hasta que el capitán del equipo, Zenteno, con una volea fenomenal, estalló la pelota en las redes. Ese segundo fue como un alivio. Con todas mis fuerzas me levanté y, saltando, grité: Gooooooooool. No sé cómo explicar ese sentimiento, es algo único: es vivir. Todos estábamos emocionados, nos abrazamos.
Se reanudó el partido, River comenzó a atacar el arco de Olivares, todos estabamos nerviosos, sin querer ver lo que pasaba, alentamos al equipo. Volví a gritar para animar a los nuestros, no pasaba nada en el partido, solo la máxima tensión de no saber cómo acabaría. Terminado el primer tiempo, nos calmamos y empezamos a especular, en eso apareció la máxima figura de River, Enzo Francescoli, un goleador de raza. Estábamos a dos pasos, así que decidimos pedirle una foto. Él muy amable aceptó y fue una experiencia que llevaré en el recuerdo para siempre.
Comenzado el segundo tiempo, la gente volvió al mismo instinto de desesperación, Wilstermann manejaba el balón pero no era claro. Por otro lado, River metía más delanteros para empatar el partido. Pasado los 20 minutos del segundo tiempo, el mejor jugador de Wilstermann, Cristhian “Pochi” Chavez, agarró la pelota cerca del área grande y mandó un centro perfecto. Álvarez se encontraba solo y con un cabezazo fuerte marcó el segundo gol. Ahí sí, todo el público se volvió loco, era algo impresionante, le estábamos ganando a uno de los mejores de Ámerica. El nerviosismo terminó, todo era alegría en el estadio. La gente volvía a entonar el clásico grito: “Dale rojo y dale, dale rojo”. Era una fiesta, era el mejor regalo.
Terminando el partido, cuando todos se levantaban para irse, llegó una gran jugada desde la mitad de la cancha. Machado que con su último aliento llegaba hasta el área grande y con un remate fuerte, venció a la portería de River. En ese punto, era como la frutilla del postre, el sueño de una ciudad se había cumplido. Entendimos que lo vivido ese día, se quedaría en el recuerdo de Cochabamba. El regalo no sería un puente nuevo, un hospital nuevo o una carretera nueva. Sería el simple recuerdo de un partido de fútbol, nada más simple que eso, no necesitaríamos nunca nada más para recordar un 14 de septiembre. No se lo recordaría como el aniversario de Cochabamba, sino como el día en que la ciudad se paralizó por un partido de fútbol, el día en que todos los cochalas nos unimos por un solo color. El día en que más que ciudadanos, éramos hermanos nacidos de una misma madre. Nuestra madre era Cochabamba y nuestro padre, Wilstermann.
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