El New Yorker es una revista semanal que se publica en Nueva York pero tiene un gran alcance internacional. Popular por sus artículos literarios y agudo humor, hoy recuerda su primer número publicado hace 94 años. Nosotros te presentamos una de las historias de este número traducida, por primera vez, al español.
DILO CON ESCÁNDALO
Diremos que es día de elecciones nacionales, 1928.
En la oficina del consolidado Times-World-Tribune (que conserva las mejores características de cada una de las palabras que forman su nombre)-ah, ¿pero por qué intentar penetrar los misterios de un manicomio? Volvamos a un lugar más placentero.
Son las once en punto de la mañana cuando entramos en la oficina del consolidado Mirror-News-Graphic (que también conserva las mejores características de cada palabra.)
El cuarto para la redacción de noticias de la ciudad es más sereno y tranquilo que un salón que solo vende casi-cerveza. El hombre que hace Hearts Bereft está melancólicamente tratando de entender una palabra de tres letras que significa faja japonesa, el octogenario está jugando parchís con una mano, y el autor permanente del Daily True Story intenta conseguir un adelanto de una semana para que pueda ir a Montreal por un par de días y probar un poco de whisky antiguo hecho en States Island e importado a través Burlington, Vermont.
También hay media docena de reporteros tratando de recuperarse de la noche antes de las elecciones; cuatro redactores, que abandonaron la esperanza de recuperarse; el editor de la sección “ciudad”, quien está leyendo Variety, y el asistente del editor de la sección “ciudad”, que no está haciendo nada en absoluto excepto mirar a la nada. El teléfono suena y el asistente, con aire de mártir temprano, contesta.
“Déjeme hablar con el editor de la sección “ciudad,”” demanda la voz.
“¿Quién está hablando, por favor?” pregunta el asistente, aunque sabe muy bien con quien habla. La Constitución periodística establece que nadie podrá llamar por teléfono a nadie más en un periódico a menos que se haga esta pregunta. Las cosas se ven mucho mejor así. Más ostentosas.
“Habla el Jefe,” dice quien llama, así que se lo conecta con el editor de la sección.
“Hola, Mac,” dice el Jefe. “¿Qué está sucediendo?”
“Bueno,” responde Mac tímidamente, “parece que los Republicanos----”
“¡Oh, demonios!” interrumpe el Jefe. “Olvida eso. ¿Qué está sucediendo?”
“Bueno,” dice Mac. “Otro chino asesinado.”
“Dale un par de párrafos. Los chinos son tema pasado. ¿Qué más?”
“Bueno, el viejo John P. Doughbags fue despedido.”
“Hace tiempo que pasó. Manda a un reportero a ver si hay la perspectiva de alguna mujer, si la hay, auméntala. De otra manera, dale tres párrafos.”
“Y hubo una mujer que mató a su dulzura en el Bronx”
“Suena bien. ¿El hombre era apuesto?”
“Nah. Unos cincuenta, y gordo.”
“Olvídalo. Haz que la mujer sea una hermosa actriz retirada, y utiliza la excusa de los celos. Busca en la morgue y saca una foto de alguna mujer que haya muerto o se haya mudado. Si nada más pasa, pon la noticia en la portada y deja la nota sobre las elecciones dentro- Supongo que tenemos que escribir algo sobre eso. Estaré ahí en una hora. Adiós.”
El mejor hombre (no existe eso de “reportero estrella”, solo en las películas) es luego arrastrado lejos de la autopsia del desafortunado chino y enviado al Bronx con un fotógrafo. Se marchan, reflexionando sobe como administrar una tarifa-de-ida-y-vuelta del metro de diez-centavos a una cuenta de gastos de cuatro-dólares-y-cincuenta-centavos. Esto, aunque difícil, puede hacerse.
Alrededor de las cuatro de la tarde el Jefe llega, siendo esa su idea de una hora desde las once de la mañana.
Inmediatamente los asuntos toman un aspecto febril, es algo excelente parecer febril cuando el Jefe está presente.
La autoridad de Hearts Bereft abandona sus investigaciones en fajas japonesas y entusiasmadamente abre cartas de ciudadanos optimistas a quienes les gustaría conocer jóvenes señoritas, 22 a 24 años de edad, de ascendencia judía, no del tipo a la moda o interesada de dinero, que apreciarían un compañero real.
El autor del Daily True Story, quien hace mucho tiempo perdió la esperanza de un adelanto y por dos horas ha estado sentado en un estado de coma, cubre tres hojas de papel copia con “Ahora es tiempo de------“.
Uno de los redactores, que estuvo escuchando con total apatía la historia de un reportero acerca de un incendio en el lado Este de la ciudad, de pronto está intensamente interesado en averiguar todos los detalles y hace preguntas cuidadosamente diseñadas para sonar inteligente.
El editor de la sección “ciudad” bota los restos de su sándwich Western en la basura. Su asistente toma el teléfono y llama a una serie de números míticos.
“¿Encontraron esa cosa sobre la hermosa ex actriz que le disparó a su gran hombre, Mac?” pregunta el Jefe, para este momento todos están firmemente convencidos que la mujer de mediana edad del Bronx es una notoria actriz.
“Por supuesto,” dice Mac. “Solo parece que ella no le disparó en absoluto, pero le fracturó el cráneo al reventarle una botella de gin.”
“Eso está mejor,” comenta el Jefe. “Solo di que era de champagne en la historia. Luego, cuando se lleve a cabo, podemos comenzar una campaña acerca de Ricos que se deleitan en la disipación, mientras los pobres sufren en el frío helado del invierno.”
Es ahora cerca de la hora de impresión, porque los tabloides de la mañana deben necesariamente aparecer en las calles a las cinco de la tarde. El Jefe se pone el sombrero y abrigo para ir por un almuerzo, del que regresará a las diez y media.
Por un momento, se queda mirando por la ventana a los niños repartidores que claman los periódicos de la tarde. La multitud en frente de los tablones de anuncios se vuelve más ruidosa. Nueva York en general se prepara para sucumbir a la histeria de una-vez-cada-cuatro-años.
“Dios, ¡pero que muerto está este día!” dice el Jefe.
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