Es una frase que no es ajena. Podemos señalar sin dudar al personaje que la utiliza y relacionar rápidamente los propuestos que harán posible este deseo. Lo que si desentona es escuchar esta frase en medio de un agradable almuerzo cuyo anfitrión es un sonriente David Duke, máximo líder del Ku Kux Klan.
Esta es una de las muchas referencias presentes en la última película de Spike Lee, BlacKkKlasman. Estrenada en Estados Unidos en agosto de 2018, la cinta no toma recaudo para esconder las no tan leves referencias jocosas que hacen a la América de Trump, frases que no suenan fuera de contexto ni en la década de los setenta, época en la que está ambientada la película, ni en la actualidad norteamericana.
Ron Stallworth es el primer afroamericano del cuerpo policial de Colorado Springs que, tras la constante afirmación a su superior de que él estaba capacitado para más que trabajar en la sala de archivos, se le reasigna como oficial de encubierto. Al encontrar en el diario un número de referencia del Ku Kux Klan Ron se comunica con ellos, transformándose para sus interlocutores en un furioso hombre blanco con deseos de unirse a la “organización”. El plan no puede ir más lejos sin que Flip Zimmerman, de la misma unidad policial, se involucre y entre ambos creen a un solo Ron Stallworth. Un anglosajón que se presenta en las reuniones del Klan, pero que en las llamadas telefónicas continúa siendo un afroamericano más.
La escena que quizás carga con mayor resonancia es en la que se alternan la bienvenida oficial/bautismo a los nuevos miembros de Klan con una reunión de la Unión de Estudiantes Negros de la Universidad de Colorado. Los encapuchados de blanco que se regocijan mientras ven la película sobre supremacía blanca por excelencia, Birth of a Nation, y los universitarios de la Unión que oyen la historia de la masacre de un joven negro son acompañados con los gritos de “black power” y “white power” que se entrelazan en un solo cántico.
El humor y situaciones irrisorias, a cargo en su mayoría de los integrantes del Klan, se desplazan a lo largo de dos horas, disminuyendo en algo el peso del tema y endulzando crímenes raciales. Esta aparente tregua entre lo representado en pantalla y lo que ocurre en la realidad es demolida sin aviso cuando en los últimos minutos de la película se incluyen tomas de las protestas de Charlottesville, marchas donde estudiantes blancos cargados de armas e insignias nazi reclamaban que se les retorne su país. Es así como Lee despide su historia, recordándonos que lo que vimos no es del todo ficción.
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