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Las manos que clavan una tijera en el cuello de un hombre, ¿son femeninas? ※

Actualizado: 27 feb 2023

Por Fernanda Baldelomar



Jeanne Dielman, 23 quai du commerce, 1080 Bruxelle, dirigida por Chantal Akerman, es un largometraje que narra la historia de una viuda cuya vida se divide en las tareas domésticas, el cuidado de su hijo y la prostitución como sustento. Es en esa rutina y ocupación de quehaceres en los que Jeanne encuentra un confort y escape de sí misma. Sin embargo, la rutina empieza a alterarse y con ello, Jeanne empieza a quebrarse. Un último cambio en la rutina del cliente de la tarde, provoca que Jeanne clave una tijera en el cuello del hombre. Una narrativa lenta, acciones sutiles, el personaje principal como una mujer de mediana edad, además de estar dirigida por otra, pueden hacer que el film responda o no a un arte femenino, o bien, lo proponga.


El argumento se centra en lo íntimo, un hogar, y lo introspectivo, la psique de Jeanne, y se vale de la sutileza de las acciones, expresiones y situaciones para ello. Por ejemplo, al ver, en plano comparativo, a Jeanne hacer la cena durante días, se puede ver el cambio anímico en el entrecejo, los ojos y las manos, se puede detectar que algo se está cocinando dentro de ella y la tensión se acumula. Es inevitable leer los matices de la historia, no solo vemos la cotidianidad de una viuda, sino la de una prostituta, la de una mujer a secas, la de una madre, la de un ser humano, la insatisfacción, enajenación, despersonalización y el estallido cuando ya no se puede escapar de uno mismo. En teoría, o para algunos, esta es una obra de arte femenina por contar con tales características, posibilitando así un arte femenino, ¿o no?





En todo caso, el largometraje propone un estilo narrativo diferente al común o canónico en el mundo del cine, el espectador no se ve bombardeado por una serie de acciones, una más sorprendente que la otra, no habla de grandes historias épicas de héroes, ni tiene un fin pedagógico intencionado. Lo cierto es que la creación de Akerman no es convencional. Como no lo sería Sorry to Bother You de Boots Riley -película protagonizada y dirigida por afroamericanos que toca temas raciales- o las producciones de If Not Us Then Who -fundación estadounidense que financia y capacita a pueblos indígenas para que hagan cine- o cualquier obra que desafiara la forma de hacer arte establecida, a quien se valida como artista y a qué público se destina el arte.


Desde mi perspectiva, la obra de Akerman no es arte femenino, por qué no podría existir tal cosa. Argumentar que la sutileza, la sobre-ponderación del pathos, la intimidad de lo privado, la lentitud, y la introspección la convierte en una obra femenina es afirmar que un hombre es incapaz de esas cualidades, y en contraposición, que una mujer es incapaz de lo contrario. Es innegable reconocer que las mujeres a lo largo de la historia han sido remitidas a esas características y que por ello, tales características se puedan presentar en las obras de ellas, pero no pueden convertirse en un manifiesto ‘vanguardista’ que juzgue si una obra es o no de una artista.


El film es un arte disruptivo, alterno, de lo otro, y esto no es poco. Es evidente que existe un arte masculino, blanco, occidental que rige la historia excluyendo a todo quien no cumple con esa tríada, así que, más que un arte femenino existe un arte que rompe el modelo histórico y excluyente, como Akerman lo hace. La película con su propuesta permite reflexionar sobre la vida de aquel otro, una mujer, planteando así una demostración artística de lo femenino más no un arte femenino como tal sino más bien, un arte subalterno. Jeanne Dilman enajenada por la rutina a la que la viudez y maternidad le imponen, desarrolla una vida tranquila, feliz incluso, escapando de la toma de conciencia de que esta vacía, monótona, y asfixiante vida es la suya, hasta que ya no puede hacerlo. El sistema deja de funcionar, la rutina empieza a dejar tiempo de ocio, las cosas empiezan a ir mal o a destiempo, la vida ya no le obedece y todo culmina cuando su propio cuerpo deja de hacerlo también. Toda su vida se ve destruida en un acto, y como en toda destrucción hay espacio infinito para la creación, Jeanne es liberada de la vida que no reconocía. Así como la destrucción de la historia del arte puede traer consigo la creación de una nueva historia que incluya a la humanidad en su totalidad, una historia en la que todos nos reconozcamos, incluso si tal propuesta no funciona como más que un paradigma, un ideal, un norte al cual caminar. Ya que, aunque la posibilidad de una historia no excluyente parece casi irreal, no se puede dejar de proponer, de intentar alcanzar.




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