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No todo es tan perfecto

Actualizado: 12 abr 2018

Mariana Ramirez





El tiempo volaba.


Recorría aquellas amplias aceras, adornadas por pequeñas hojas en tonos naranja que caían lentamente de esos árboles tan delgados y altos; eran impulsadas una suave brisa. Por una parte, se escuchaba el ajetreo típico de una gran ciudad: pasos apresurados, conversaciones efímeras, el ir y venir de los autos, la cotidianidad. Detrás había mucho más. Escuchaba el agua de río correr y el aleteo de los pájaros, conversaciones de extraños en idiomas que se me hacían inteligibles, reacciones de asombro.


Levanté la mirada. A mi lado derecho estaba ella, mi madre, llevaba su pelo tan prolijo como siempre y sus labios color chocolate; unos jeans azul oscuro, unos tenis y una chompa color vino; a su lado estaba él, aquel singular amigo que ella en su juventud había conocido en Alemania. Ambos se encontraban charlando amenamente en polaco y yo decidí ignorarlos al no entender nada. Al fondo, podía contemplar grandes estructuras de estilo barroco, con infinitos detalles y decoraciones, diminutas esculturas adornaban cada esquina de aquellos edificios, pintados a la perfección de un color crema, con unos techos teñidos de negro. Al verlas una primera vez parecían miles y miles de ventanas en cada construcción, pero después me di cuenta que eran pequeñas puertas con balcones, por donde algunos curiosos salían a contemplar la maravillosa ciudad.


Miré al otro lado y quedé maravillada con tan perfecta vista. El agua fluía, en ella navegaba un bote, de esos que parecen pequeños cruceros, repleto de personas con miradas expectantes, con cámaras y celulares en mano, guardando en ellos por siempre aquel momento. Podía ver gente pequeña, de color pálido, cabello negro y ojos rasgados; un poco más al costado había gente de tez canela y sonrisa grande señalando a aquel gran famoso monumento que se encontraba aún lejos. Quedé asombrada ante diversidad de culturas reunidas al mismo tiempo, en el mismo lugar.


Aquel bote se desvaneció pronto en las corrientes del agua, a medida que caminaba se hacía más grande y más grande aquella torre tan famosa que ansiaba conocer. “Sign” me interrumpió esa joven de piel morena, de nariz grande y achatada, alcanzándome un cuaderno que apenas alcancé a leer. “Sign” replicó esta vez alzando su tono de voz, acompañada de otros tres muchachos desprolijos que nos miraban atentos intentando descifrar nuestra nacionalidad o nuestro idioma. En conjunto comenzaron a pedirnos que firmáramos en distintos idiomas, esperando una pronta respuesta. Claro que nos habían advertido de ellos, de los famosos rumanos o gitanos, que únicamente se dedicaban a “arruinar” la gran París.


En una mezcla entre confusión y miedo me aferré fuertemente a mi mochila y busqué en los ojos de mi madre una respuesta, pero ella miraba preocupada a aquel amigo que parecía buscar desesperadamente algo entre sus bolsillos. Después de unos segundos que fueron eternos, Mariusz comenzó a gritarles, pero uno de los muchachos se había ido corriendo con la billetera y el pasaporte de nuestro amigo alemán. Discutían intentando entenderse. En ese momento pensé que iban a empezar a pelear. Reaccioné. Supuse que entenderían inglés y dije, en un intento desesperado “We will call the police”. Pude ver su reacción, su mirada se inundó de sorpresa y miedo ante mi declaración, acto seguido se fueron corriendo sin mirar atrás.


Me sentí desconcertada y abatida. “Vamos a buscar a un policía” dijo mi mamá, a lo que asentí, nos pusimos en marcha. Vi pasar a un chico joven, castaño, de ojos verdes y tez blanca; vestido con una camisa beige, un suéter gris y un pantalón de tela, se me cruzo por la mente que todos los hombres deberían vestir así. Me acerqué y se mostró amable, con una sonrisa y dispuesto a ayudarme; le pregunté a lo que me respondió “Je ne parle pas l’anglais”. En un intento de recordar aquellas lecciones de francés intente formular una oración pero las palabras no salían de mi boca.


Seguimos caminando y vimos a dos personas a lo lejos y otro grupo que estaba un poco más cerca. Caminaban hacia nosotros y nosotros hacia ellos. Estas dos de atrás estaban cubiertas enteramente de negro con lo que parecía ser un tipo de enterizo holgado, llevaban un velo que solo dejaba al descubierto sus ojos. Sentí miedo. Semanas antes los noticieros estaban inundados de notas sobre atentados terroristas. Observe a aquel grupo y noté que se habían percatado de su presencia, intentaban ser discretos pero en cuanto pudieron cruzaron a la otra calle, para mí se hizo bastante evidente. La gente que estaba cerca de pronto tomaba distancia o cruzaba a su lado temerosa, así que decidimos, por precaución, cruzar a la otra calle.


Ya al otro lado pudimos encontrar a un oficial quien para suerte nuestra hablaba un poco de español, “Tengan cuidado” nos dijo, “París es una ciudad peligrosa, rumanos y musulmanes arruinan este lugar”. Después nos llevó a la comisaría a un par de cuadras donde pude conocer a otros extranjeros que habían pasado por algo similar. Desde entonces pensé: “no todo es tan perfecto como parece”.


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